martes, 12 de mayo de 2009

Mi cuarto es una jauría de libros. Cada mañana, antes de ponerme las gafas, me ladran y me increpan. Dicen que están cansados de servir para hacer bonito, gritan que están hartos de regalar belleza a cambio de teorías que acaban nadando en una lágrima del que las elabora y del que las escucha "¡Qué bonito!", responde el oyente, seguido de un tiempo condicional. Se sublevan cada vez que les llega el eco de esta conversación, desde cualquier punto del mundo.
A veces me piden que los saque a pasear y yo lo hago. Cojo de la mano a los que siempre han estado conmigo y al final siempre volvemos cabizbajos. La estructura de las aceras es mucho más sólida que la de los personajes de mis novelas y las rimas de mis poemas. Es inquebrantable.
Hoy los he reunido a todos. Los he puesto en fila y les he pedido que me escuchen con atención:
- Miradme.
Todos abrieron sus brazos en cruz, dejando su alma al descubierto.
- Es hora de poner las cosas en su sitio y a mí en el mío. Me habéis hecho muy feliz. Estos años hemos construido cosas increíbles. Hemos pintado con colores nuevos, anduvimos sobre el techo, incluso volvimos del revés la Alhambra para robarle el dorado y extenderlo en mi cama. Hemos amado a renglón descubierto y hemos llorado a tinta viva y transparente... Lo hemos intentado todo y el mundo sigue siendo vertical, eternamente moderno y eminentemente productivo. Vosotros sí podéis permanecer en una estantería, es más, vuestras crines fueron creadas para ello. Pero yo no, a mí no me alimenta un anaquel. Yo aún tengo que elaborar mis tramas y construir mis finales.
Y añadí:
- Me rindo ante a la prisa. El calendario es más fuerte que vuestros sesos.
Se cerraron en banda pero al final me entendieron. Aunque no todos, uno de ellos se ha colado en mis zapatos. Todo el día lo llevo clavado a los talones, pero qué lo voy a hacer, me cuesta decir que no.

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