miércoles, 27 de mayo de 2009

Somerísima demostración de una hipótesis: hacer el amor=arte integral

"Tengo sueño", dices mientras tu amante se quita la ropa. Te pones de cara a la pared, rascándote los ojos, acariciando todo lo bueno que te ha dado el día, guardándotelo en los párpados.
Ahora tienes su espalda en tu espalda, y te acomodas en ella como si en vez de dos cuerpos fuérais dos piezas de un puzzle de amor perfecto. Y cierras los ojos, tranquila: ya está a tu lado...
De repente, una brisa de aire perfumado de placer interminable, se cuela en tus oídos, derramándose hasta llegar al centro de tu voluntad, paralizándola poco a poco, al mismo tiempo que todas las razones para amarla se convierten en una bandada de jilgueros que anidan en tu pecho.
Entonces te giras para susurrarle al oído que la quieres, pero a medida que tu cuerpo avanza, el nido se deshilacha y los jilgueros se desesperan en su desarraigo, reproducièndose con un millón de alas idénticas. El abdomen se dilata para abrigarlos, gggggggggggggggggggggggg, pero ya es tarde: el pecho se te queda pequeño para tanto pájaro, comprendiendo así que tres sílabas no son suficientes para contarle que la amas.
Decides besarla, redondear sus labios con el latir de alas que se ha alojado en tu lengua. Con su cintura pegada a la tuya, notas cómo su vientre se ha hilvanado al tuyo, hinchándose y deshinchándose al ritmo, cada vez más vertiginoso, de su resperizacion, con la tuya.
El calor de la danza empieza a sudarse, intensificando los sabores, transformando la brisa perfumada en un huracán de placer recubierto de todas las beldades que hayan existido alguna vez y de las que quedan por aparecer. Bajas al centro de la tierra y te topas con una gruta que destila la savia procendente del lunar de sus pasos, recostados ahora entre la planicie de los tuyos. Es la sangre del tontem sagrado de cualquier amante: le dibujas tu oración en la senda trazada por el néctar de todas sus esencias. Esencias que se instalan también en su garganta para acodarse en un desfile de corcheas emepeñadas en partirse por la mitad con cada sílaba de tu rezo.
Y todo comienza a acelerarse y a fusionarse, hasta que llega el último acto, el último grito: grito sudado, grito eyaculado, tocado, danzado, perfumado.
La pieza está acabada, sólo falta el soporte, el marco, y ése, ése, es vuestro abrazo.

sábado, 23 de mayo de 2009

“Currucucucú, mi paloma”

Tu regazo acompasado con mi cuerpo,
Mientras mecías mi alma asustada.
Me protegías del Coco, del Hombre del Saco…
Quién sabe de quién más.

“Currucucucú, mi paloma”

La luna iluminaba tu rostro de plata,
Tal parece que se ha reencarnado en ti, mamá.
Quizá se haya acostumbrado a secar tus lágrimas
Cuando, soñando, te trasportabas a la otra vida,
A la que te mereces, a la que nunca pudiste tener.

“Currucucucú, mi paloma”

Poco a poco los tristes anaqueles de mi infancia
Resucitan con tus manos y con las letras
Que compraste para mí.
Yo me alimenté de esas letras y construyo
una mar serena para mis entrañas y para las tuyas.
Tú las devoras y le cuentas a tu amante argentado
A qué planeta has viajado y dónde te llevaron las mariposas..

“Currucucucí, mi paloma”

Aquellas palabras se travisten ahora de mí;
Se amotinan en una pantalla blanca, electrónica y divina.
Allí se implantan, astronautas, por el gélido motor
Que las mantienen vivas.
Hoy escribo para ti y la ciencia entera parece caerse
Al abismo del amor insondable.
Cada frase, cada punto y coma se derrite
Y se unen para amamantarte en estas páginas.

No te preocupes, mamá: siempre oiré tu arrullo
Cuando me esconda detrás del aroma de los jazmines,
Cuando revolotee con las nubes,
Cuando juegue con las hormigas,
Cuando chapotee con los sapos...

“Currucucú, mi paloma”

Tu voz no se quebrará jamás,
Siempre estarás conmigo, en mis tripas,
En mi garganta, en mis dedos, en mis deseos.
Jamás desaparecerás de la faz de la tierra
Porque yo estaré aquí, llevándote de la mano
Por la tierra de los vivos.
Todas mis experiencias serán tuyas también.

Siempre dormiré con tu “currucucú, mi paloma”.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Gracias

La rectitud de mis principios
Me obliga a desdibujarme
Para confesar algo.
Yo no escribo:
Sois vosotros, todos,
Los que tintáis mis dedos.

Vosotros me ponéis
El corazón en las manos
Porque sois mi sangre.
Yo no hago nada.
Os lo prometo.

Todos mis poemas
Son la metáfora de vuestra existencia,
una oda, triste o no,
a la grandeza de las pieles
que he tocado
y a los labios que no he besado:
sin su ausencia no podría
amar a los que sí he rozado.

La libertad de mis versos
Son el recuerdo de vuestra risa,
Consonando siempre mi alma
Con un mundo que me parecería insípido
Sino fuera por la esplendidez de vuestros miembros.


Así que, por favor,
No me felicitéis a mí.
Sois vosotros los poetas.

sábado, 16 de mayo de 2009

Organicismo utópico

Mundo ¡Qué palabra tan grande!
Sin embargo me sobra lengua para pronunciarla.
No es más que un signo sin significado,
Un sustantivo tullido.
Yo estoy aquí, intentando escribir un poema. Mudo.

Otro, a esta hora, se alimenta de mi mugre,
De su propia carroña, tal vez;
Quizá simplemente de la sangre famélica que le resta.
Otro está muriendo. Mudo.

Todas las banderas resuenan en mi oído
Y yo quiero quemarlas.
Al unísono.
Después le daría la vuelta al mapa:
Para nosotros el sur y para vosotros el norte.

Quiero sacarme los bolsillos
Para enfrentarlos con tu hambre.
Te juro que después de mirarte a los ojos
se deshilarán avergonzados de su omnipresente concupiscencia.

Quiero romper mi estilográfica.
Quiero que la alquimia reconvierta mi tinta
En una sangre que despierte nuestros sentidos y los de los otros.
Una sola, nacida de la misma pluma,
nos uniría entonces en un cuerpo sólido,
con significado completo,
contigo.

Pero sólo tengo un salvavidas lleno de letras
Que, a veces, y sólo a veces,
enjuga mis lágrimas y se acuerda de las tuyas.

martes, 12 de mayo de 2009

Mi cuarto es una jauría de libros. Cada mañana, antes de ponerme las gafas, me ladran y me increpan. Dicen que están cansados de servir para hacer bonito, gritan que están hartos de regalar belleza a cambio de teorías que acaban nadando en una lágrima del que las elabora y del que las escucha "¡Qué bonito!", responde el oyente, seguido de un tiempo condicional. Se sublevan cada vez que les llega el eco de esta conversación, desde cualquier punto del mundo.
A veces me piden que los saque a pasear y yo lo hago. Cojo de la mano a los que siempre han estado conmigo y al final siempre volvemos cabizbajos. La estructura de las aceras es mucho más sólida que la de los personajes de mis novelas y las rimas de mis poemas. Es inquebrantable.
Hoy los he reunido a todos. Los he puesto en fila y les he pedido que me escuchen con atención:
- Miradme.
Todos abrieron sus brazos en cruz, dejando su alma al descubierto.
- Es hora de poner las cosas en su sitio y a mí en el mío. Me habéis hecho muy feliz. Estos años hemos construido cosas increíbles. Hemos pintado con colores nuevos, anduvimos sobre el techo, incluso volvimos del revés la Alhambra para robarle el dorado y extenderlo en mi cama. Hemos amado a renglón descubierto y hemos llorado a tinta viva y transparente... Lo hemos intentado todo y el mundo sigue siendo vertical, eternamente moderno y eminentemente productivo. Vosotros sí podéis permanecer en una estantería, es más, vuestras crines fueron creadas para ello. Pero yo no, a mí no me alimenta un anaquel. Yo aún tengo que elaborar mis tramas y construir mis finales.
Y añadí:
- Me rindo ante a la prisa. El calendario es más fuerte que vuestros sesos.
Se cerraron en banda pero al final me entendieron. Aunque no todos, uno de ellos se ha colado en mis zapatos. Todo el día lo llevo clavado a los talones, pero qué lo voy a hacer, me cuesta decir que no.

viernes, 8 de mayo de 2009

Entre dos piernas

Cuando desperté aquella mañana el mundo se había teñido de colores. La fluorescencia lo ocupaba todo. Un color por minuto. Al levantarme de la cama, comenzó a llover burbujas de agua con un lunar dentro. Me asomé a la ventana y saqué el brazo para tocar esa agua tan insólita. Al llegar las burbujas a mis dedos, cien lunares se anillaron en mis falanges. Quise saborearlos y los lamí. Me sorprendí al darme cuenta de que sabían a mí.
Alcé la cabeza para contemplar el milagro desde otra perspectiva y me di de bruces con que todos los coches de la ciudad estaban festoneados al cielo por un hilo de lana. Tenían un movimiento pendular que me recordaba a las varillas del viejo reloj del salón de la casa de mis padres. Todos iban en la misma dirección, de manera que era imposible que se chocaran unos con otros; al moverse, dejaban a su paso el reflejo de sus tonalidades primigenias y, unidas, formaban un arco iris nuevo.
No pude resistir la tentación y salí de casa. Descalza. Las calles estaban vacías. Miraba y remiraba en todas las direcciones y no había ni un alma que se hubiese percatado de lo que estaba pasando. Después pensé que quizá nos habíamos vuelto invisibles.
Con los dedos llenos de lunares y la piel libre de herencias, comencé a correr por el barrio en busca de nuevas maravillas. Le di la vuelta a mi edificio y justo en las antípodas de mi portal, había un agujero ribeteado por un montón de nieve violeta. Del agujero salía una voz femenina que gritaba desesperada. Creí entonces que se trataba de una sirena que se había perdido en una de esas idas y venidas de olas; me acordé de Odiseo e intenté ignorarla, pero la curiosidad resultó ser más fuerte que el miedo.
Primero coloqué las manos en la nieve, y al tocarla, se volvió amarilla. Eso no fue lo más sorprendente, sino que lo que me dejó más atónita es que estaba ardiendo, aunque no sudaba. Incliné el cuerpo para ver qué se escondía bajo el agujero, sin embargo, lo único que conseguí fue aumentar la desesperación de la garganta femenina, que había dejado de gritar para adentrarse en un bramido hiposo y desvergonzado. Metí la cabeza un poco más y de repente mis ojos se convirtieron en dos linternas.
Los intenté usar para verla, para contarle que yo estaba allí y que no tenía nada que temer, porque yo ya no tenía miedo. Quería decirle que las odiseas de la tierra se me habían olvidado, que los mitos se me habían caído de los dientes… quería explicarle que sólo quería salvarla para enseñarle ese nuevo mundo de bellezas invertidas que me había llevado directamente al encuentro con su desolación.
Pero no pude. Así que salté con las linternas apuntando hacia abajo. En el mismo segundo que despegué los pies del asfalto fluorescente, caí en la cuenta de que el golpe podría matarme pero en cuanto estos tocaron el aire del hueco, la misteriosa mujer agudizó su voz y con su agudez, me sostuvo en un vuelo sosegado hasta que toqué el suelo, que era techo.
Pegada al cielo del subsuelo comencé a andar. En este estado del nuevo mundo, lo único brillante era un hilo de luz que despuntaba sobre la puerta que, después de mucho caminar, encontré gracias a mis ojos y al gimoteo de mi guía. Salté hacia abajo para agarrar el gozne y, al abrir, me volví del derecho.
Apoyada otra vez en la tierra, me encontré de nuevo en el principio, con los coches irisados y los dedos alunarados. Pero ella estaba allí, justo en el centro, desnuda y atada a dos semáforos. Me acerqué, cuidadosa, y corté las cuerdas con la fuerza de mi aliento.
Ella se quedó allí, parada, en silencio y con los brazos en cruz. Quise preguntarle quién era, de dónde venía, dónde estábamos… pero me quedé sin lengua. Y ella me miraba con el entrecejo fruncido, acariciando el aire con el contoneo de su cuello. Al alzar los brazos para tocarla, mi cuerpo se volvió lento pero ella asintió. Me dio permiso.
Acerqué mi mano a su boca, recorriendo el labio inferior con la punta del dedo, tembloroso. Ella cerró los ojos, como el titiritero que cierra el telón después de la última función de su vida. Despacio y taciturno. Bajé la mano y se encogió de hombros. Un escalofrío me subió desde el tobillo, pasando por las entrañas para salir por la boca y de allí, miles de gotas de sangre cuajadas en todas las palabras que me caben en el cuerpo.
Danzaron desde mis tripas hasta su ombligo, combinándose, mezclándose con ellas y con el sonido del zigzaguear de su cadera. Una canción se resbaló por entremedio de sus piernas, acariciándola, azorándola, encogiéndola y estirándola. Y mis confines, que parecían no tener fin, seguían exudando sangre poetizada; y ella empezó a destilar perfume de mora en clave de si.
Otra canción desparramada por la espalda mientras yo me arrodillaba. Apenas podía verla ya, estaba cubierta de mí y de ella. Mi cuerpo, consumiéndose por segundos, persistía en vaciarse. Súbito en las rodillas de la musa de todas mis musas, se abrió una grieta cristalina para succionarme. Lejos de resistirme, cuando ya estaba dentro separé las carnes y me quedé en sus venas.
Al día siguiente aparecí muerta en el viejo mundo, pero en realidad sigo aquí, escribiendo entre sus piernas. Más viva que nunca.

Deconstrucción constructiva

Podría inventar un personaje para esta historia, al fin y al cabo todas tienen uno. Pero hoy voy a ser honesta y contaré la mía, en primera persona, aunque como la de todos, está en el medio de sí misma y dentro de esta mitad hay un millón de principios, algunos estériles y otros fructíferos:
Cada mañana, al desperezarme, la garganta se me descose del cuello y las piernas se me descuelgan de la cintura. Pese a que se quedan deslindadas de mi cuerpo, me hablan, cada una en su propio idioma. La garganta me susurra que está exhausta de tanto trabajar en los sueños sobre los que levito todas las noches, y las piernas se encogen para supurar la tensión muscular de las caminatas a las que las someto en mis alucinaciones nocturnas.
Es entonces cuando las falanges se ponen al servicio de la vigilia, haciendo el amor con las teclas de un ordenador anciano, devolviéndome a la vida una vez por segundo, al compás del sonido de las letras. Es ahí cuando le cuento al mundo lo que me aterroriza y lo que me envalentona; pero sin piernas y sin garganta sólo me quedo en eso, en un cuento.
Después de ocho horas, las disidentes convencidas y confesas, se reincorporan a mi silueta. Apenas les da tiempo a bostezar.
Sin embargo, hace tres día mi historia dio un vuelco. Una tarde fui yo la cansada: bajé a la tienda, me compré un bote de pegamento en barra y esa misma noche me agujereé el cuello con un clic para sacarme la garganta y con un cúter, me descuajé las piernas. Al despertar me recompongo con el pegamento y así todos los días.
Ahora no recuerdo mis sueños, supongo que no merecen que los recuerde. Pero he recuperado todas(os) las(os) mañanas que había condenado al corredor de la muerte. No alucino pero puedo embellecer los oídos de mi amante con la voz. No tengo fantasías pero sigo con las falanges en las manos y puedo crearlas. No callo pero aprendo con todos los contra-argumentos que se incrustan en mis dedos.

No levito, es cierto… Pero vivo. A quién le importa el cielo.

El desembarco de Normaldía


Ayer, mientras intentabas secarte mi saiva,
te besé con mi sombra.
Sé que me viste,
me di cuenta de cómo sonreías
al mirarme.

Seguí
y de nuevo mi reojo se encontró con el tuyo,
pero ya no sonreías:
tu rostro se desdibujó en la misma duda
que propició nuestro encuentro.
Pero aquella vez no me temías a mí,
el interrogante tenía otro nombre.

Lo confieso: me asusté,
pero me quedé.
Porque tus preguntas
volvieron a despertarme,
mi ingenio se desató
y mi frente se iluminó.

Mi mejor yo se acordó de sí misma
para confiar en ella.
Justo entonces
hablé
y
todos cayaron.
Nuestros rostros se volvieron a encontrar
y como al principio,
tuve que agachar la cabeza.
No pude soportar tanto amor
en la retina.

Gané.
Por ti
para mí
para hoy
para mañana
contigo
o
sin ti.
Gané.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Otra confesión


Esta vez la guerra es individual y sé que puedo hacerlo. Ya me vencí una vez. Pude hacerlo. Conseguí llegar al centro de mis balanzas. Ahora sólo tengo que girar a la izquierda y eliminar un extremo porque sólo quiero belleza en mi peso.

A mi amor secreto


Algunos dicen que eres
la marca insigne de la vulgaridad,
otros te llaman hortera
y, los más clasistas,
exclaman:
¡Pobretón!
al verte.

Argumentan que sólo sirves para
tapar los errores de las malas obras.
Afirman que lo realmente bello es tu contrario:
por liso, por plano, por suavón...

Y yo contesto:
¡Imbéciles!
Tenéis la cara pintada de legañas
y las manos insesibilizadas
por la hipocondria del papel couché.

Yo he acariciado sus cicatrices,
es más,
las he besado con los pies mientras
él masajeaba mis vergüenzas.

Yo lo he lamido y pude ver
que su piel son los pliegues
del amante perfecto
y sus huesos las yemas de los dedos
de la mismísima Helena

¿qué importa si detrás de ti
se esconde una malformación?
o si tienes en la columna un agujero.

"No pases pena"*,
Ilustre guardían de mis sueños:
Señor Gotelé,
mientras tenga un pie descalzo,
cantaré tus beldades,
ésas sobre las que reposan mis verdades.



*"No pases pena": frase antológica de la también ilustre Vanessa