lunes, 2 de marzo de 2015

Notas emigrante

Pero tú lo miras y aún chisporrotean sus últimas palabras y su visión de la literatura. Lo primero te lo dijo en la misma cama en la que la muerte está a punto de hacerse con su señorío, lo segundo lo explicó como el que no quiere la cosa y como el que no se quiere enterar de la cosa, en la cama del hospital, después de recorrer el pasillo de los pies renqueantes. Los pueblos son los ríos que van a dar a las ciudades. Todos los ríos son masas de agua atrapadas en los meandros, por eso mueven las caderas para escapar. Por eso las mueves tú, hija, por eso yo nunca supe bailar. No porque no me naciera, es que no me daba cuenta de que tenía los brazos y las manos atados con un enjambre de periódicos.
Pudiste entenderlo, pero no lo hiciste, o lo hiciste tarde, que es lo mismo, porque él no lo puede ver aunque tú si lo puedes escuchar, porque la memoria se comporta como el eco de lo incomprensible para que nosotros anudemos las frecuencias según nuestra conveniencia. Creo que es lo que estoy haciendo ahora y no me da vergüenza reconocerlo, al menos en este momento en el que sólo estamos presentes el eco, el código binario, las hondas electromagnéticas y mi deseo de atar, mi vocación de ser-atávica.
Papá quería que le contara al mundo que los pueblos son el sustrato de las ciudades, que las ciudades son los nichos de un millón de escarabajos que quieren ser mariposas, como si la mariposa fuera mejor per se, como si el mito de la mariposa no tuviera alguna causa objetiva, como si el pigmento de sus alas o la extensión de sus trompas fueran triviales, como si volar fuera normal, como si preservar con tus actos la vida del resto de seres fuera lo habitual, como si lo único admirable fuera su nombre de mariposa.

Pero también querías que te contara a ti, a ti y a mamá, como si pudiera separaros de mí misma. Es imposible y de eso sí que me avergüenzo, porque intento explicaros y súbitamente aparezco yo. Sois padres, elegisteis ser padres, os inmolasteis al ser padres y llegasteis a alguna gloria.  

domingo, 11 de enero de 2015

Los muertos y los vivos








Tres yihadistas han asesinado a diez dibujantes y dos policías.

-Como las dos veces anteriores, yo volvía de un viaje-

Sentí compasión por
los muertos
y por los vivos

Mataron y murieron por una mentira


martes, 16 de diciembre de 2014

lunes, 10 de noviembre de 2014

Notas emigrante VI: génesis

Está oscuro pero aún son las once de la mañana. Quizá es sábado o domingo, por qué ibas a estar aquí si no. No sé qué estoy haciendo debajo de la cama de tus padres pero aquí estoy. Tumbada y esperando. El suelo no está frío, o tal vez sí, el frío siempre me ha gustado. Ya estás aquí, estoy segura porque veo tus pies y tus calcetines blancos.
Tengo cinco años, tú dieciséis pero a mí pareces un hombre. Mi hermana es ya una mujer, mamá no deja de repetírselo. “Tienes 16 años, ya eres una mujer hecha y derecha”. Creo que es verano por dos razones: por encima de la pletina de los calcetines, se te salen los vellos, negros y largos, así que estás en bermudas; además hay un enchufe antimosquitos encendido. En casa no tenemos, son demasiado caros.
Miro a mi derecha y me doy cuenta de que estás a mi lado. Cara a cara. Me haces cosquillas; yo me río. Tú me chistas para que no nos descubran; yo no sé qué es lo que hay que descubrir. Pero como me haces reír, te hago caso y callo. Además, soy consciente de que sólo con una mano puedes aplastarme la cara ¿Por qué se me ocurre esto de repente?
Me pides que mire lo que tienes debajo y obedezco. A los mayores hay que obedecerlos, como a mi hermana cuando me lleva a la playa. En comparación con los niños del cole, tienes un pito enorme. Y no sólo eso, además crece a cada segundo, casi con la misma rapidez que tu sonrisa se retuerce. Pareces muy fuerte, si quisieras también podrías aplastarme la cara con él. Me pides que te lo toque pero no quiero. Te miro con seriedad y te lo niego con la cabeza. Sé que hago mal, pero me da miedo, aunque no pueda dejar de mirarlo.
Dices que no puedes más, que sea buena y me vuelves a hacer cosquillas. Yo vuelvo a reír y tú te acercas para quitarme los pantalones. El suelo sigue sin estar frío o sí. Quieres que sea buena y lista, quieres enseñarme cosas que casi ninguna niña de mi edad sabe. A mí los ojos se me salen de las órbitas y asiento. Ahora soy yo la que se acerca. Tu cosa señala a tu ombligo. Me coges una pierna y me la subes a tu cintura. Respiras muy fuerte y me aclaras que eso es bueno.
Tu cosa está ahora entre los labios de mi cosa. Te mueves de arriba hacia abajo. A mí me da calambre pero creo que me gusta. Está muy dura y tu respiración se acelera y es muy ruidosa. Tienes la mirada perdida y me asustas. Escucho algo, una voz a lo lejos, pero tú no estás aquí, conmigo, como antes, estás en otro lugar. La voz cada vez está más cerca. Quiero irme, intento bajar la pierna pero a pesar de la distancia a la que aparentemente estamos, aún sabes que estoy ahí y me aprietas el tobillo con tanta fuerza que me haces daño.
Es tu madre. Intento convencerte de que me dejes amenazándote con que nos van a descubrir. Nada parece hacer efecto. Las zapatillas de casa de tu madre están muy cerca, las escucho andar por el pasillo, acompañadas de gritos que llevan tu nombre. Te muerdo para que me dejes. Por fin. Los pies de tu madre ya están aquí, en la puerta del dormitorio. Como había supuesto, era cierto que tu mano es más grande que mi cara. Qué lista soy. Y tú qué rápido, ya te has tapado con la mano izquierda.
 Aunque os empeñéis tu madre no es tonta y sabe que estamos aquí. No para de dar vueltas por la habitación. Ella usa los mismos calcetines que tú, pero no tiene tanto vello, aunque sí un par de cicatrices. Detrás de sus pies, está el enchufe para los mosquitos ¡¡¡Yo quiero uno!!! Apenas puedo respirar, me presionas demasiado. Muevo el pie y se oye un ruido.
Las rodillas de tu madre ya están en el suelo. Tiene la bata de casa puesta. Ahora viene un rulo. Rosa fluorescente. Nos ha visto. Escondidos. No puede hablar. Se queda mirándome fijamente. No eres tan rápido ni yo tan lista. Tengo las bragas bajadas. Me da vergüenza. Me las subo y salgo corriendo. Ellos se quedan allí, como dos estatuas.

Corro. Cierro la puerta. Subo las escaleras y toco al timbre de casa. Mamá me abre. Entro a la cocina y enciendo la televisión. Aún no sé que siempre tendré miedo.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Notas V: El emigrante

Como todos los emigrantes, Papá no quiere marcharse. Está sentado en la silla de ruedas junto a Mamá. Ella con la boca apretada, mirando al frente, él con el labio descolgado y la mirada perdida. Mamá le coge la mano y se aprieta contra él como nunca había visto ¿Sospecharán algo? ¿Sabrán que está a punto de venir un médico para decirnos que ya ha acabado de acabar todo? ¿Imaginarán que por primera vez en sus vidas están obligados a rendirse? No lo sé, en cualquier caso yo me rendí hace semanas.
Ángela S. Aragón
Ahora mismo creo que ElHombredelaSilladeruedas no es mi padre.  Tiene su cuerpo, al menos se parece, pero Papá es algo más que esa masa de carne deshinchada. Papá opina sobre cualquier tema y, según él, tiene razón siempre porque “cuando yo digo algo es porque llevo razón”. Papá es un señor que hace chistes sobre todo excepto cuando se le lleva la contraria. Papá me pide que le peine cuando está nervioso. Papá lee todo lo que encuentra. Papá se siente desubicado en este tiempo así que ve películas y series de época, de la suya. Papá se escapa siempre que puede para fumar. Papá me dice “chiquituza” mientras me atusa el pelo y busca a mis hermanos para discutir sobre negocios. Papá me manda a por agua y habla con los médicos cuando tardan demasiado. Papá siempre tiene hambre. Es imposible que Papá esté con la boca abierta, con la mandíbula desparramada y callado. Eso no es Papá, es un corazón y dos pulmones que late y respiran en su cuerpo, sólo eso: dos pulmones y un corazón.
Mamá se abraza él como nunca. Dos pulmones y un corazón es suficiente para ella: Mamá sí lo reconoce, ella sí lo ve. Cuando se acurruca con él, se amodorra con su pasado y arrulla el milagro químico: el milagro de la mejoría inesperada, la noticia en el telediario, el espacio optimista en el Programa de Ana Rosa, su futuro protegido a la sombra de su marido, de su hermano. Mamá está pálida, aunque como siempre que está descompuesta, tiene dos pequeños rosetones rojos en los pómulos que acentúan aún más su palidez. Su descomposición es un instinto, no un pensamiento racional. No quiere pensar que los dos pulmones y el corazón dejarán de insistir. Ha decidido que esa posibilidad no existe o, mejor aún, que va adosarse al HombredelaSilladeRuedas y va a dejar que las cosas pasen, sin que su voluntad interfiera en nada distinto a la caricia y al cuidado.
Jamás los vi acariciarse hasta ahora, quizá éste sea el recuerdo más cariñoso que me quede de Papá y Mamá. Sí, no recuerdo otro momento más cariñoso que éste. Lo registro para que no se me olvide, seguro que algún día tendré que recurrir a esto, pienso, para recordar que Mamá sí quería a Papá, que detrás de todo, de tanto insulto y tantos golpes encima de la mesa, había algo bello.



lunes, 13 de octubre de 2014

Mi primer poema es un algarrobo y un vomito plateados
Sylvia Plath
-encuentro casual, las únicas mujeres de la cena-

El segundo, un encargo de un gordo cebado con hormigas
Una pregunta a un anciano en el que ya no creía
-el primer recurso estilístico de la Historia-

El tercero, pura masturbación o masturbación pura
Cuerpo deforme
-pronombre apoltronado-
El cuarto...con mucho, mi mejor silencio
H
-salud-
El quinto... está por verse
Equi(s)distante
-más grasa, mejor amor, más muertos-.