martes, 30 de marzo de 2010

El amor es un reo de muerte:
no es el alma la cárcel
ni tampoco el cuerpo,
es el tiempo, que se es escapa de tan eterno
Me espanto porque me muero y
me muero porque me espanto
de ver tus ojos en la espiga seca,
parda por humildad,
brillante tu mirada por necesidad;
y entre la espiga y el cielo,
mar redondo de paralela techumbre
e inmisericorde mansedumbre.

Tú y yo estamos bajo el mismo techo:
tú buscas trigo en la arena,
yo un adversario
cuyo ocaso reverdezca nuestras eras,
sin pálido grano que mutile tus niñas refulgentes.
Brillo verde por ser verde

Tú buscas y encuentras, aunque sea árido el desubrimiento,
yo busco y sólo un par de visillos opacos hallo,
con vestigios de gesto inconexos.

Me muero porque me espanto y me espanto porque me muero
de verte a ti aguijoneado y muerto
y a mí,
callada escribiendo.

sábado, 6 de marzo de 2010

Para el lunes

Leer a Borges es vivir en lo exacto:
no hay color, pero en cada verso hay una dimensión.
Profunda.

Su letra sobresale del negro
con una fluorescencia transparente que angustia;
Precisa.

Su página es eminentemente ingrávida,
a menos que te acaricie la frente.
Entonces sí,
entonces sí que gravita y
agrava la ingenuidad de tus espejos.
Clavada,
y tú avergonzada.

Sudas la certidumbre
de que tienes el cráneo
-desde el frontal al occipital,
desde el pariental al temporal-,
lleno de cuentos
y, sin embargo,
todas tus fábulas se quedan en cueros
al lado de sus blancos.
La unidad de lo certero en sombra
frente a la imagen infusa:
Vence la unidad fraccionable.
Orgullosa.

La lógica esta vez sí impone la Razón:
lo exacto fulmina a lo misceláneo

Maravillas de la fonética