jueves, 22 de noviembre de 2012

Notas IV

Sentarte frente a la carne de tu padre: dos ojos secos y boca de morfina disparada por el émbolo de tus dedos. Las venas de tu padre no son venas, son pajitas de plástico deshilachado que se revientan sin que lo veas. Los ojos se obstinan en su sequedad pero cuentan historias que te recuerdan que no sabes quién es. Eso ahora no importa porque te has dado cuenta de que la verosimilitud de su cuerpo es sólo una concesión que de vez en cuando ofrece la vida a la esperanza. Por fuera carne blanca, blanda, suave, barbilampiña como él es, todo igual que siempre: pura, morosa discreción… morfina, plástico, aguja, dedos, pestañas, raíces, uñas, puntos negros… pero dentro todo está explotando, mezclándose, contaminándose a sí mismo, tiene los glóbulos verdes, en el hígado se acuña el azúcar, en el corazón esmalte y en la cabeza ululan burbujas de bilirrubina que esquivan los diques y las presas, inundándolo todo, hasta el abedecedario, que se vuelve amarillo incomprensible

martes, 3 de julio de 2012

Notas III

Mi padre convive en una estantería con un millar de muertos, igual que mis libros. Igual que mis libros, podría contemplarse como una ficha del tres en raya o como un bloque del tetris, recién resucitados por mi tableta, igual que mis libros. Igual que mis libros, mi padre siempre habla, a todas horas, bueno, a veces me grita y me pide que lo separe del posesivo y le devuelva su nombre. Paco, al igual que mis libros, tiene una historia propia interpretable según el lector: mi madre ahora la entiende como un alminar, mi hermano como una fábula latina y mi hermana como un catecismo. Yo creo que es una historia sin final que, igual que mis libros, vindica su identidad, su contexto y su voluntad de transformarlo. Ése es su tema porque, igual que los libros, Paco es un muerto que quiere enseñarnos.

martes, 19 de junio de 2012

Pollo, tampones y libros

Hoy me he dado mi lujo mensual: me he comprado dos libros. Los dos estaban escritos por autores de habla no hispana (no sé por qué esa coletilla me hace gracia), así que el libro de bolsillo no era una opción,las traducciones suelen ser más bien de papelera que de bolsillo. Total, entre los dos libros me he gastado 50 euros. Evidentemente, si comparo esos 50 euros con la suma de lo que me gasto en....a ver...¡ah sí! en pechugas de pollo, avíos para el cocido gracias al cual como dos veces en semana, pasta, arroz y algún pescado de piscifactoría que otro... en compración con esto es qué ¡Nada! Si lo piensas bien, es una cuestión de prioridades, uno decide gastarse el dinero en lo que quiere. Vaya, se me olvidaba ¡ De todo lo que he nombrado lo único que me pago yo son los libros! El resto va a la cuenta de mi madre. También se me olvidaba que los 50 euros son los ahorros del mes, de lo que consigo guardar de mi prestación de paro, ah no, de ahí tampoco, porque no he cotizado nunca... ya, me acuerdo, es lo que consigo juntar de alguna que otra clase de apoyo. Jo, van a tener razón, vivo por encima de mis posibilidades, en vez de comprar libros tendría que estar rumbo a Londres, por ejemplo. El vuelo es barato y dicen que los puentes allí no tienen goteras así que... El caso es que ahora que tengo la memoria fresca, me acuerdo de una profa que tuve en primaria. Decía que la cultura es poder, o eso creí escuchar, ahora que he despertado de esa amnesia, estoy más por la labor de pensar que quizá lo que dijo es "la cultura es del poder, ahora puedes acercarte a ella porque te la prestan para que juegues con ella, pero, no te olvides Ángela, lo que se presta es de Huelva, es decir, se devuelve cuando el dueño real se aburre de ser bueno, o ha encontrado un amigo más guay". Eso creo que me dijo, o eso me tendría que haber dicho o eso tendría que haber pensado yo. Si lo hubiérmos hecho cualquiera de las dos, a lo mejor no estaría viviendo por encima de mis posibilidades cuando me compro un libro. Me habría quedado con el negocio familiar, levántandome a las siete de la mañana y acostándome a las doce de la noche de lunes a sábado. Los domingos aprovecharía para revisar los libros de cuentas y, con la fuerza de voluntad que me caracteriza, podría leer una o dos páginas antes de quedarme dormida en el sofá a las diez de la noche ¡Una o dos páginas, pagadas y bien pagadas! Bueno, la verdad, no hay razón para tanta exclamación ¿no? ¿Dónde quedaría el placer? Quizá, pienso ahora, hemos hecho las cosas al revés, quizá lo que tiene valor no debería costar dinero, no lo sé, o al menos debería tener un precio de producto de primera necesidad, como las compresas, los támpax, el pollo o el papel higiénico pero no puedo evitar sentir cierta tristeza al hacer la comparación, a pesar de parecerme justa; y tampoco he podido evitar sentirme culpable esta mañana al gastar 50 euros que no tengo, 50 euros que debo a mi madre y al Banco que me dio un préstamo para hacer un Máster que probablemente no me valga para nada, por no descargarme un pdf por el que me sentiría igualmente culpable y que además me produce migraña. Quizá lo mejor sería dejar de ser una cristiana laica y cagarme en mi conciencia, como todo el mundo.

martes, 12 de junio de 2012

Notas (II)

La enciclopedia infantil Larousse era todo un reto. Era roja y grande, sobre todo en comparación con el tamaño de una niña de cinco años; recuerdo que cuando le pedía a mi hermano que me alcanzara una y éste decidía hacerme caso, me quedaba prendada de mi propia fuerza. Sólo sostener aquel libro tan pesado sin que se me cayera el brazo era toda una hazaña. Siempre le pedía el mismo: “cómo funcionan las cosas”. No sé lo que intentaba encontrar allí pero al final acababa decepcionándome: cilindros, bujías, cargas negativas y positivas… ¿Qué tenía que ver aquello con el funcionamiento de las cosas? Me habría preguntado de haber sabido hacerlo. En vez de eso, cerraba el libro y volvía a arriesgarme a pedirle el favor a mi hermano de que me bajara el de “Naturaleza”, me encantaba la foto de la tormenta, de hecho, aún hoy me impresiona su recuerdo: un cielo intensamente negro y sobre él un rallo de luz que la partía en dos. Aunque no podía pasar sin verla, me asustaba, ahora sólo me da miedo el viento. Mi hermano era como los libros, enorme e imposible de alcanzar sin la ayuda de otro. No hablaba. Sólo escuchaba música, me pellizcaba los mofletes y salía a escondidas para que no me encaprichara en acompañarle. Pocas veces me dejaba entrar en su habitación, pero me las arreglaba para pedirle los libros cuando lo llamaba a cenar. También entraba a escondidas, para escuchar sus discos aunque no los entendiera: The Doors, Nirvana, Queen… todos en inglés y casi ninguno en español, al menos ninguno que soportara. Siniestro Total, Toreros Muertos… qué mal hablados, pensaba, qué mal educados, como mi hermano sea así, yo no quiero ser su amiga. Polla, puta, mierda… todas las palabras por las que recibía una bofetada en el caso de decirlas, estaban en aquellos discos con los que él tanto disfrutaba y, sin embargo, a él nunca le pasaba nada, ni una riña. Con el tiempo aprendí que hay palabras que sólo la edad te dan derecho a utilizar, se ganan con los años, sin escándalos ni sorpresas. Algunos de sus discos en inglés sí me gustaban aunque, como digo, sólo hablaba español recatado. The Doors eran mis favoritos, me recordaban a la foto de la tormenta, y algunas canciones se podían bailar lento, muy lento, con los ojos cerrados. Moviendo las caderas con suavidad; también disfrutaba con Nirvana, especialmente con la canción cuyo título según mi cabecita de 7 años era “tinini tinini tinini tini tiiii”, sí, lo sé, era largo y poco original, pero fácil de recordar y además a mi hermano le hacía gracia y si me descubría allí, tocándole sus cosas y desordenándoselas como sólo yo podía y puedo hacer, y le soltaba aquello, se rendía. Mi hermana nunca estaba, porque estudiaba fuera. Ella no tenía discos, tenía cassettes. Su gusto musical era muy distinto al de mi hermano y muy dispar. Desde los clásicos, Ana Belén y Víctor Manuel, omnipresentes en casa, pasando por Alaska y los Pegamoides, siguiendo con Danza Invisible, hasta llegar a Los hombres G. A los que más apreciaba yo era a los Hombres G. No sólo porque podía cantar sus canciones sin ahogarme, sino porque además ¡Hacían películas! ¿y qué significaba eso? Que en vacaciones iría con mi hermana y sus amigas al cine. Eran un montón y siempre estaban riendo, a diferencia de mi hermano. Algunas además eran muy guapas, sobre todo Ainhoa. Tenía un carácter difícil pero era alta, tenía los brazos largos y las piernas delgadísimas y un pelo… un pelo negro y liso que a veces le tapaba la cara, dejando a la vista sólo su boca… y a mí se me revolucionaba el cuerpo, como si en aquellas ocasiones el relámpago esta vez me partiera a mí en dos. Siempre me sentaba entre ella y me hermana. Mientras ellas bromeaban con la posibilidad de que David Summer apareciera de repente mientras que esperábamos a que empezara la película, yo pasaba a ser un bulto que a veces tenía el placer de tocar a Ainhoa. Así que, teniendo en cuenta la conversación sobre la inminente aparición del cantante, esperaba el momento del roce fijando la vista en la pantalla. Como todo en aquella época, era enorme y muy blanca. Si te parabas a mirarla, veías las sombras de las cortinas, de los sillones, de la gente. Sombras que me hicieron pensar que los actores, Los Hombres G, estaban detrás y que la película en realidad no era más que una especie de obra de teatro oculta tras el papel de la pantalla. Cómo pueden cambiar de escenario tan rápido, cómo pueden instalar un wáter ahí detrás, cómo cabe tanta gente ahí y, lo más importante, por qué poner el papel en medio y qué coño, no, demonios, estamos haciendo aquí si están ahí detrás. Vamos a verlos como todas esas niñas que salen ahí, en los conciertos. Nunca hice estas preguntas en voz alta.

Notas (I)

En el hospital aprendí que todos los enfermos creen que van a morir por la noche y que a veces tienen razón. También aprendí que cuando la vida tu familia está en juego, la de los demás te importa sólo en función del efecto que la muerte de otros puede tener en ellos. Para saberlo me bastaron dos minutos: los que tardaron los médicos en acudir a la habitación de al lado para asistir y certificar la muerte de un hombre que segundos antes, gritaba llamando a su madre. En aquellos dos minutos, la mujer que lo acompañaba tuvo que salir al pasillo para que el médico y las enfermeras pudieran desfibrilar al paciente y aprovechó para avisar a alguien de que faltaba poco. Creo que es mejor que vengas. Mientras tanto, yo despegué la vista del teléfono móvil para comprobar que mi padre estaba dormido, para asegurarme de que no se estaba enterando de lo que estaba ocurriendo a unos dos o tres metros de distancia. Efectivamente, los somníferos y la morfina hacían bien su trabajo. Sentí alivio; al mismo, escuché el chirrido de la línea plana del monitor del mismo hombre que el día anterior anduvo por la planta con mi padre. El enfermero ofreció un vaso de tila a la mujer y le preguntó por la compañía de seguros, yo me levanté, cerré la puerta y continué con mi partida de Blocxs.

viernes, 8 de junio de 2012

La paz es el preludio de la guerra; Lo sé porque siento la efervescencia del estómago; es la rabia que se cuela por los poros de la sangre; desde hace tiempo; lo sé porque lo veo en la T de las antenas, que apuntan como escopetas en dirección a mi terraza desde donde escribo estas líneas; venganza o azote correctivo; la antena amontona munición, alienta a las desgarbadas, aprovecha la inercia del viento; y su enemiga, yo, con la bilis en ebullición, concentrada en un tornado reticular, títulos, un ordenador y poesía francesa; la antena escopeta del lado del progreso agotado, yo del lado del progreso como aspiración a la belleza, agotada; la paz es el preludio de una guerra librada entre entes-agónicos. La parabólica se lamenta por sus hijos, cabezona; la poesía francesa, el ordenador y mis líneas se desgranan, por miedo a mi ausencia; estamos cara a cara, el enemigo y yo, marcando territorio, como en un western, su T frente a mis ojos, revisamos nuestros apoyos, allí están, lamentándose y desgranándose; la T ¡¡¡Bum!!! Consigo esquivar y ¡¡¡Pam!!! La T se vuelve I de inteligencia…. Descanso… llueve… miro hacia arriba mientras la I se vuelve un apóstrofo jadeante… “I believe in the state of love”, me corean mis letras, el ordenador y la poesía francesa, Bowie bambalea en mis cadera; el Apóstrofe comienza a ser T, poquito a poco y lo dejo…y vuelvo a mirar hacia arriba ¡¡¡I want to live!!! ¡¡¡live!!! Grita Dios jugando con su caja de herramientas

Balcones secos

Una púa se derrama por las tripas del balcón del sóntano de la verdad; se vierte en el entresuelo para contarle a un niño que mañana habrá humedad, que la ventana de la memoria se enmohecerá por la tarde; el niño sonríe incrédulo: solo un segundo; La púa se retuerce por el corredor; el niño pulula por las baldas; ya preocupado; ya no sonríe; son las manos y los gritos de electricidad; son las manos que se le caen; musgosas; llora y se enjuga la lágrimas; es la cara, son las manos, es la púa, es el balcón, es la memoria; que esta húmeda o el niño que se viste de ancioana con la frente verde y los balcones secos