lunes, 20 de abril de 2009

People- fiction

Una habitación blanca, aséptica, con un reloj en medio. De espaldas a la pared, una mujer en un diván y a su izquierda, un hombre bipersonal: mitad Freud barbibigoteado, mitad poligonero tuneado. Los dos, la mitad Freudiana y la mujer adivanada tienen una libreta en la mano. La mujer, después de dar un repaso a los apuntes de su vida durante cuarenta y cinco minutos pregunta:

- Doctor ¿Por qué no soy feliz?

Las dos mitades contestan al unísono:

- Señora, usted no es contradictoria

Algo íntimo, prosaico y personal que me apetecía compartir


Echo de menos el tiempo en el que decir "te quiero" no era una osadía; en el que abrazar era una rutina; en el que la ética del cuidado era una ética compartida; en el que la sonrisa formaba parte de la expresión cotidiana de nuestra cara; en el que "todos" no era la suma de nada, sólo éramos todos. Echo de menos el tiempo en el que la complicidad no era un delito, era amistad; en el que tus amigos tenían las llaves de tu casa y tú las de la suya aunque no tuviéramos plantas que regar; en el que la belleza era una necesidad y no un adorno. Echo de menos la playa porque siempre tenía a alguien recostada en el hombro; echo de menos tener tiempo para recrearme en el aceite hirviendo; las palabras "natural" y "patidifusa". Echo de menos cuando la poesía no era sólo poesía, sino sinónimo de vida; cuando los soñadores eran útiles, cuando sin sueños no habia lucha; cuando las simplezas eran nuestro eje. Echo de menos...

miércoles, 15 de abril de 2009

Soy un chiste

A veces la imaginación juega malas pasadas. A mí me pasa continuamente, aunque prefiero pensar que es la realidad quien me las juega, y no al revés. Os contaré lo que me pasó hace unos meses.
En mi habitación hay una ventana que a veces utilizo para descansar, no sé de qué pero yo descanso. Una mañana, a eso de las diez y media, decidí usarla,-lo cual ya es cómico en sí mismo ¿Cansancio a las diez y media?-. El caso es que quería saber qué pasaba en la calle mientras me fumaba un cigarrillo. La verdad es que me lo pensé, porque no me quedaban más y el airecillo iba a quemar el pitillo antes de lo normal... Al final lo hice: "Luego bajo, y así me visto".
Al apoyarme en la cornisa me di de bruces con otra mujer que hacía exactamente lo mismo que yo, pero ella sí estaba cansada, era la asistenta de la vecina de en frente. Creo.
Después de adivinar el oficio de mi compañera de nicotina, seguí la hilera de ventanas hacia la izquierda. Y ahí sucedió el prodigio. Llegué a pensar que era una elegida del destino. Me había elegido a mí ¡¡¡¡¡¡A mí!!!!!!! para contemplar una de esas maravillas que sólo puede ocurrir en una ciudad como ésta.
Era una anciana "con el cabello de una plata perfecta", me dije en un alarde de poesía barata y más que mascada. En el cuerpo, sólo un camisón de seda blanco, y en la mano una fotografía enmarcada, evidentemente, con una plata también perfecta. Sonreí entonces, "más bien cara, Ángela".
La señora comenzó a acariciar la fotografía, olvidadas las dos del mundo. Al principio, la miraba y remiraba con ternura, de arriba abajo. Luego con más fruición. Se acercaba y se alejaba, examinando cada detalle, como si quisiera grabarse cada milímetro en la retina, como si aquélla fuera la última vez. Era un acto tan íntimo que me dio vergüenza seguir mirando. Me sentí impúdica al saberme una intrusa en la intimidad de la que empezaba a presentárseme como una Penélope, o una antigua princesa nazarí recordando a su amante, o a su amigo, como ellas decían.
Pero seguí espiando. De repente, la ternura y la meticulosidad de su mirada se convirtieron en llanto, sacó un pañuelo de la mesita de noche y se enjugó las lágrimas. Lo hacía con esmero, supuse que quería borrarse el rastro de su nostalgia. No quería dejar huellas de su secreto.
Después miró de nuevo la foto, esta vez en su segundo, pero con la mirada dolorida aún, para asomarse a su ventana. Frenéticamente, giraba el cuello de un lado a otro, buscando, esperando desesperadamente que el hombre que estaba encerrado en la foto apareciera entre los coches, con su uniforme de miliciano, igual que la última vez. Con el puño en alto: "alasbarricaaaadas, a las barricaaadas, por el triunfo de la con-fe-de-ración". Pero no apareció, y se volvió a meter en su habitación. Confusa.
Mi Penélope estaba loca. Había perdido a su primer amor, pero no sabía dónde, y en su senectud sólo le quedaba tiempo para añorarlo y para buscarlo; aunque fuera desde la ventana de un edificio del siglo XXI.
Pese a lo orgullosa que estaba de mi hallazgo, la vergüenza pudo conmigo y entré en mi cuarto. La dejé sola, sin nadie que la observara; como ella quería estar. Quizá así estaba en realidad, la sinrazón está tan fuera de nuestras manos...
A la mañana siguiente me desperté con mi Penélope metida en la cabeza. Me levanté incluso más temprano para comprobar si lo que había presenciado el día anterior era un ritual o sólo el producto de una enajenación momentánea, de la señora, claro ¿De quién si no?
Se repitió exactamente lo mismo, y yo me quedé exactamente el mismo tiempo.
Así durante dos semanas. Un día, me miró y me sonrió. Vi en este gesto su beneplácito, la rúbrica de nuestro pacto. Así que me quedé para ver lo que no había visto. Fue entonces cuando me enteré de la verdad:
Resulta que la foto......................................¡No era una foto! Era un espejo; el pañuelo, una toallita desmaquillante; lo que buscaba mi Penélope no era al miliciano, era el camión del butano. Entonces comprendí que lo que había visto y lo que me había obsesionado durante tanto tiempo, era el proceso por el cual una ancianita deja de ser una ancianita para convertirse en una vieja pintada como una puerta.
Me reí a carcajadas, dicendo:
"Poetry is just poetry, Ángela"

Sí, además de ser un chiste, también hay ocasiones en las que soy pedante.

domingo, 12 de abril de 2009

Uno de boleros

Ayer, abotargada por tanto ruido, decidí salir de mi casa. Paseé por el río y vi algo brillar entre la tierrra, como una luciérnaga o algo así. Muerta de curiosiad, bajé, a riesgo de caerme por un precipio. Escarbé y me di cuenta de que era una botella. Era verde, limpísima a pesar de su escondite. Sonreí y pensé, "esto sólo pasa en las películas pero voy a mirar". La descolché y ¡¡¡¡Sorpresa!!!, sí había un mensaje:
"No hay horas más vivas que las horas muertas que pasé contigo"
Y me lo metí en el bolsillo.

domingo, 5 de abril de 2009

Otra historia de amor...Mi pueblo y yo

Él se empeña en ser mío, en conocerme, pero los dos hemos cambiado tanto que no puedo reconocerlo ni a mí en su mirada.