miércoles, 21 de enero de 2009

repensando las moléculas

Y al bajarme de la poltrona (en los dos sentidos de la palabra), me sustituí por un "yo" y me deshice del "misma".

lunes, 19 de enero de 2009

Los 20 en La Cartuja

Ahí estaba usted, esfinge etérea de un país que nunca pisé.
Ahí, con el rostro revestido de cristal y con el cuerpo enmohecido
De tantos sueños. Bebiéndose tras las rejas de una ventana
La libertad de una veintena acicalada con una estupidez que...
Que clama a vuestro cielo.
Yo la miré y usted, sabiendo que había descubierto su ingrávido secreto,
Le devolvió su azul entero a ésta que añora
Un tiempo en el que, aun con miedo, se amaba
Y se escudriñaba el suelo con la misma avidez
Con que usted lame nuestro peso.
No se preocupe, no tenga miedo, yo ya soy una tumba.
Puede seguir con su íntimo disfraz puesto; es más, se lo ruego.
Porque usted, espectro de un veinte que nunca fue cuarentón
- más bien un octogenario eternamente muerto-,
Es el recuerdo de lo que jamás hemos sido y
La esperanza de nuestro techo.

miércoles, 14 de enero de 2009

ODA AL ESPIDIFÉN CON VOCACIÓN DE SALMO



Oh beso blanco mentolado ¡quién pudiera hacerte un homenaje!
En estos días en los que me resumo en dolor y sangre,
Sólo tú me abrazas.
Lo haces con esas burbujitas, que se entretienen
Jugando con la campanilla que modula mi voz;
Con ese saborcito anisado, desparramado por toda la boca.

Ay, beso blanco mentolado ¡Quién pudiera beatificarte!
Colgaría banderolas por toda la ciudad con tu nombre,
La chiquillería correría por la ciudad cargada de petardos,
gritando ¡Viva San Espidifén! ¡Viva San Espidifén!
Algunos, los más traviesos, dirían ¡Viva el Espidi!
Y nosotras, santurronas, iríamos detrás de tu palio,
Sumidas en las oraciones más devotas jamás pronunciadas

No te preocupes, mi besito, algún día se te hará justicia:
Yo ya he empezado a santificarte, te llevo en la cartera,
Con la foto de mi madre y la estampita de San Judas,
Para que te escuche.
Llegará el día en que tu cuerpo granulado se guarde
En un cáliz santificado por todas las mujeres del mundo,
Un cáliz con dos rayitas verdes del que todas beberemos,
En una orgía antidolor,
En una rebelión contra la biología que nos dio el Señor,
El señor menos señor del mundo.

domingo, 11 de enero de 2009

UNA VEZ MÁS

Si yo sólo quería ser feliz, qué hago escribiéndote a ti
Mientras tengo sus ojos en mis dedos,obligándome a repudiarlo todo,
siendo todo lo que escribo,
confundiéndome con su sangre
¿o era confundiéndose con la mía?

Hoy me rebelo una vez más contra el fantasma de mi avería,
Y te imploro a ti, quien quiera que seas,
que me beses y que te deshagas por mí de todos los interrogantes
que tengo alojados en el pecho, que son la curvatura de su cuello;
De mis apartes, que son sus reproches;
de los puntos suspensivos, que son sus silencios.

Tócame y bébete, te lo ruego, el azul que me amarra a este barco
En el que sólo cabe su nombre, yo derribaré la nave.
Acaríciame y arráncame esos libros que me explican y me ordenan;
Prometo ser yo quien escriba el mío... y el nuestro.
Sácame de este enjambre de luciérnagas sin luces, te regalaré un sueño.El que tú quieras: un sueño, una vida.

Qué yo hago aquí... Si yo sólo queria ser feliz.

miércoles, 7 de enero de 2009

PARECÍA MENTIRA Y...LO ES


No sé si lo habéis leído en los periódicos o visto en los telediarios, pero ha aparecido un documento que “va a cambiar el curso de nuestra historia”. Un documento que invalida tantos siglos de represión y de odio por parte de la Iglesia Católica. Es una carta redentora de una mujer que se inventó una mentira para salvar su pellejo. Se trata de una carta que la anteriormente conocida como Virgen María, escribe a su marido en su lecho de muerte que, al parecer, no llegó a sus manos.
El texto dice así:
Querido José, hijo de Abraham o de David (ya sabes que soy muy mala con los nombres):
Te escribo para pedirte perdón por todos estos años de ausencia, navegando de un lugar a otro; también te quiero pedir perdón por no haberle recordado al niño que te hubiese escrito más a menudo… Estábamos tan ocupados… Pero hay algo que no me deja morir en paz, a veces pienso que no me iré de este mundo hasta que no te diga realmente lo que pasó con Jesús, hasta que no te confiese que te mentí.
¿Recuedas a Jacob? El herrero que trabajaba al lado de tu carpintería. Siempre me piropeaba y yo no tenía fuerzas para reprenderle. Era tan guapo, José… ya sé que estaba lleno de grasa todo el día y que apenas iba a las termas pero… era eso mismo lo que me atraía de él. Era justo lo contrario a ti, era salvaje. Ninguna mujer se le resistía, de hecho, siempre se hablaba de eso en el mercado.
Sólo recibía por respuesta mi coquetería pero nunca le dije ni una palabra, te lo prometo. Quizá fuera eso lo que hizo que su deseo aumentara, porque, ya te digo, no estaba acostumbrado al rechazo de una mujer. El caso es que su desesperación por tenerme llegó a tanto, que una tarde me cogió por la cintura y me encerró en la habitación de las herramientas. No te puedo engañar, en cuanto lo tuve tan cerca con esos músculos, esas venas saltadas, ese pelo moreno rizado rozándome la tez mientras me sujetaba el rostro con su mano, atrayéndolo hacia su boca… no pude aguantar, José, se me fue la cabeza. Estaba tan excitada que ni siquiera sufrí cuando perdí el virgo. Éramos dos animales poseídos por el demonio. Aquella noche me olvidé de ti y lo que es peor, me olvidé de Jehová.
Nunca más volvimos a yacer. Él consiguió lo que quería y yo estaba demasiado asustada.
Cuando me enteré de que estaba embarazada, fui a ver a mi prima Isabel. En cuanto me vio aparecer, supo que había hecho algo mal. Desde pequeña, cuando hacía una travesura iba a verla. Era una mujer muy culta, tanto que entró en el convento sólo para poder seguir leyendo, y sus lecturas siempre me proporcionaban una salida.
Cuando le conté lo que estaba pasando, me contestó que aquello tenía difícil solución:
- A grandes males, grandes remedios. Dile a tus padres y a José que el niño que estás esperando es el Mesías y que yo te lo he confirmado porque un ángel me visitó anoche para anunciármelo. Diles que vengan a verme mañana, para entonces yo habré hilado perfectamente la historia.
- ¿No te parece un poco descabellado? ¿No sería mejor decirles que un campesino me violó en el río cuando fui a lavar la ropa?
- Eso sólo desatará sangre –pobre prima, si hubiese sabido lo que iba a pasar 33 años después…- Lo mejor será esto. Ellos siempre dicen que eres muy especial y con lo religiosos y orgullosos que son tus padres y lo simplón que es José, seguro que se lo creen. Confía en mí, primita. Eso sí, al niño hay que decirle lo mismo. Tenemos que seguir con esto hasta el final.
Y así lo hice y, José (Hijo de Abraham o de David), os lo creísteis.
De lo que sigue después algo sabes, pero no todo. Si te preguntas cómo llegaron a Belén aquellos reyes, no tengo respuesta a eso pero, la verdad, sus regalos no sacaron de más de un apuro. Los pastores me contaron que había llegado porque al ver a estos tres reyes, decidieron seguirlos y hacer lo mismo que ellos; y fue ahí donde comencé a propagar la historia. Yo fui quien les dijo a todos que Jesús era el Mesías.
Desde que era un bebé le leía las cartas de mi prima a Jesús, así que en cuanto comenzó a escribir él mismo decidió mantener contacto con ella. Te juro que fue él solo. Isabel le contaba los entresijos del convento y por qué los romanos lo estaban destrozando todo. Si hubieses leído aquello, una no sabría quién era más brillante. Los dos eran tan humanizadores, tan coherentes, tan geniales… Así fue cómo Jesús construyó su manera de entender el mundo.
De este modo, Jesús se convirtió en lo que fue. Además, llegó un momento en el que a fuerza de tanto repetirle que él era el Mesías, yo misma me lo creí un poco. Por otro lado, lo que predicaba tenía tanta fuerza y era tan transformador que ni pude ni quise pararlo. Pobre, mi hijo.
Se fue de nuestro lado para crear un mundo mejor y se lo permití porque creía en él. Quería un mundo de Amor y Comprensión y pensé que él sí podría hacerlo, José. Después, cuando casi consiguió ser el Salvador que él ser, no lo dejaron. Tuvieron que matarlo como matan a todos los grandes. Yo no pude advertirle de mi mentira, y aunque lo hubiese hecho, no me hubiese creído. Jesús, al escuchar su propia conciencia creía estar ante la voz del Creador. Me habría tomado por loca o, pero aún, hubiese pensado que estaba poseída por el Diablo.
Cuando todo terminó, los once estaban tan metidos en su palabra que los animé a seguir trabajando por y para ella. Magdalena, en su pena, decidió refugiarse en un pueblito para vivir eternamente con su recuerdo. Se amaban tanto…Pobre, mi hijo y pobre ella.

Aquí tenéis la historia de una mujer moribunda que pensó que, a pesar de ser todo una mentira, su hijo podría salvar el mundo con Amor y Comprensión. Me es imposible omitir mi certeza de que los creyeron en él como Mesías prostituyeron su mensaje, por miedo precisamente a la libertad que engendraría un mundo como el que quiso el que comenzará a llamarse desde ahora “El Gran Pensador de Nazaret” o el “Nazareno de la dulce esquizofrenia”.

lunes, 5 de enero de 2009

ÚLTIMAMENTE SÓLO SOY LESBIANA


Este título puede parecer desproporcionado, y quizá lo sea, pero así es mi naturaleza: exagerada. El caso es que en los últimos meses me he sentido de este modo. Lo primero que veo cuando entreabro los ojos por la mañana, es el típico poster que tiene cualquier lesbiana que se precie, sí, ese de Tanya Chalkyn en el que aparecen dos mujeres, bellísimas, en la cama besándose, por supuesto en un blanco y negro absoluto –más puro y virginal no puede ser ese beso-. Pero así se supone que somos nosotras ¿no? Eternamente puras, sensibles, comprensivas…un bomboncito de vainilla y chocolate blanco. Ja. Me río a carcajada limpia, si la tal Tanya hubiese visto lo que pasó ayer en mi cama…
El caso es que me guste o no (en realidad no sé por qué preside mi cuarto), es un recordatorio de lo que soy.
En fin, una vez que consigo abrir los ojos me tomo el desayuno pero no en una taza cualquiera, no, en una que tiene los colores de la bandera gay. Me la compraron mis mejores amigos cuando fueron a Madrid, “¡comprada directamente en Chueca!”, me dijeron con la alegría del que regala un trozo de identidad. Y no estaban equivocados porque al saber que aquel pedazo de cerámica abanderado provenía de la capital de nuestro reino, sentí lo mismo que una dama del medievo sentía cuando recibía la seda de la India. Era la muestra exportada de mi linaje y de todo el orgullo por pertenecer al mismo.
Después me ducho con Norah Jones, lo cual me inscribe dentro del grupo de la lesbiandad bohemia y casi siempre activista. Me visto con una camiseta, unos vaqueros y unas zapatillas, mientras me sonrió frente al espejo pensando en todas las mujeres que se atavían con sus mejores ropajes para ir a la facultad, amén de estar perfectamente peinadas desde las ocho de la mañana. Esas mujeronas entre las cuales me siento incómoda cuando son mayoría. Es cierto que hay ya miembras de nuestra comunidad que se mezclan con ellas. De hecho, los bares de ambiente últimamente están tan llenos de esta clase, a la que llamaremos “leslis”, que cuando entras te entristeces al pensar que son las amigas heteros de los gays y que, por tanto, tu cama seguirá vacía.
Por la tarde, si no tengo que estudiar,o no quiero, voy a Nos, una asociación de LGTB (no sé si lo habré escrito bien), que comenzó siendo para mí sólo eso, un lugar donde quizá podría encontrar una mujer que comprendiera mi amplio abanico de rarezas y a la que yo Amara día a día sin reservas. En lugar de eso, encontré a un buen número de amigas a las que amo sin reservas y que disfrutan abanicándose conmigo; pero, además, me di de bruces con una forma de vida, en la que, como no podría ser de otra manera, la lesbiandad está por debajo de todas las conversaciones, aunque sea en silencio.
Aquí descubrí que los mitos de que todas nos liamos con todas, de que cualquier cuestión es susceptible de una disertación de cuatro horas y de que cualquier mínimo detalle es discutible dentro de una pareja, incluso la posición de los bastoncillos para los oídos en el cuarto de baño, son ciertos. Sin embargo, descubrí que hay algo que también debería ser un mito: al tratarse de un espacio invisible, casi todo es posible y es aquí donde comienza esa forma de vida de la que hablaba antes. Es una en la que caben todas las formas, aunque, evidentemente, las forma que conozcas.
La noche tiene nombre de escondite: Sotanillo. Y apellido de juego: Futbolín. Se nos van las horas en la oscuridad del pub, con el soniquete de la música que la patética dj gravó en el cd del mes correspondiente, y girando la muñeca para meter gol.-Esto último tiene su ironía, no creáis que no me he dado cuenta-. Pero lo cierto es que la cajita de muñecos atravesados por palos es un símbolo ¿os imagináis a un grupo de mujeres heteros jugando, solas, al futbolín? Yo sólo puedo visualizarlas con el novio o el aspirante al lado, demostrando que ella también puede ser un poco brutita mientras que él afirma entre risas que no conocía esa parte de ella, aunque es plenamente consciente de que sólo es un juego. El resto del tiempo es la mujer delicada que quiere tener al lado. Eso nunca se les olvida.
Como podéis ver, todos mis días son homosexuales. Sin embargo, si miro hacia delante, o lo que creo que debería ser ese “delante”, mi historia sería así: lo primero que vería es a dos personas que se alegran de verse al despertar, me ducharía con otra que me emociona cuando canta, me vestiría simplemente pensando en mi comodidad (debo reconocer que seguiría riéndome de las perfectamente ataviadas y eternamente peinadas) y quedaría con mis amigas, las mismas, a las que me une muchísimas más cosas que nuestra erótica y, por supuesto, yo no sería lesbiana sino solo un ser que desea y que ama.

viernes, 2 de enero de 2009


En cinco segundos caí prisionera
En la comisura de tu boca
Y me torturaste durante horas.

Primero me llevaste al paraíso:
Tu piel, tu olor y tu sudor
Confirmaron mi Pecado Original,
Ese Divino pecado que me llevó a ti.

Dibujé tu cuerpo
En cada una de tus vísceras,
Mientras posabas para mí
En un estío sin hastío:
Sólo placer, arrojo y desvergüenza.

Más tarde te incorporaste,
Clavándome ese azul celeste en la nuca,
Esperando.
Tic, tac, tic, tac, tic...
Las manijas del reloj me atravesaban el cerebro.
Se movían descolocándolo todo,
Desordenando, abriendo huecos,
Partiéndolo en trozos de desamor
Sin tregua, sin rumbo, sin razón.

Tú continuabas impávida en tu silencio.
Yo me revolcaba en la cama,
Tiritando, gritando, azotando la pared,
Encogiéndome cada vez más.

Súbito, de nuevo al paraíso en un instante;
anillaste la cintura
Y me recliné sobre tus senos:
Tu boca en mi cabello.

Justo en ese momento, justo ahí,
Alzaste el puño victorioso y,
Tras un crujir de vértebras
Me arrancaste el estómago de cuajo,
En un abrir y cerrar, para siempre, de ojos.

fuimos entonces La Piedad
Más cierta y pura esculpida en la historia:
Tú sosteniendo, socarrona, mi cuerpo mientras
Mientra mi sangre se amontonaba en tu rodilla
Me citaste en una cafetería:
“tengo una sorpresa”, me dijiste.
Yo corrí hacia aquel rincón,
Ya tan nuestro. Fallo mío.
Posamos nuestros cuerpos en aquellas
Sillitas de madera que tanto disfrutaste.

“Ahí va mi sorpresa”,
de repente tu boca succiona mi cuerpo;
primero el pelo y después el resto.
Yo estoy en la garganta mientras
tú pronuncias mi nombre: Án-ge-la.

Abro una rendija en el esófago.
Lo araño como una alimaña desenfrenada. Necesito tocarte el corazón.
No tienes escapatoria: lo he conseguido y casi lo rozo;
Es imposible dejar de desearlo,
Es tan rojo y tan blando...

Tengo hambre, lo sujeto entre
Mis manos y lo muerdo con avidez.
Dos cordones de sangre me atraviesan el mentón
Y los fulmino con la lengua,
No puedo dejar nada, no quiero
Es tan dulce...

Lo sé, estás intentando expulsarme de mi nuevo edén,
Pero ya es demasiado tarde,
estoy apoyada en tus entrañas y tu corazón desaparece.
Sola en un hueco de tu alma,
Muero de placer
y tú conmigo.

jueves, 1 de enero de 2009

PARA UNA TARDE CUALQUIERA

Entra en tu habitación y enciende el flexo. Quédate de pie, en medio; da una vuelta sobre ti misma con los ojos cerrados. Mientras giras, aspira hasta que el pecho te duela. Cuando pares, abre los ojos lentamente y suelta el aire. Ahora tu habitación es más tuya que nunca. Mírala y te verás en todos los rincones. Si no lo has conseguido, siéntate en la cama y vuelve a respirar; entorna la mirada, recorriendo el dormitorio entero. Ya te ves, ya eres tú.
Acércate sigilosamente a tus discos. No escojas todavía, será él quien te elija a ti. Ahora estás cara a cara con ellos. Sonríeles pero sin hacer ruido. Acarícialos con el dedo índice, hasta que uno se despierte susurrándole a la yema de tu dedo “aquí estoy”. Cógelo con las dos manos y desperézalo con los pulgares -te lo agradecerá con su limpidez-. Déjalo que suene… siéntate otra vez.
De nuevo tienes que borrarte los ojos de la cara para balancearte con la música hacia delante y atrás… adelante y atrás… cada vez más despacio…adelante y atrás…La clavícula se mece también…adelante y atrás…Con todo el cuerpo, hasta que una fusa se escapa del pentagrama, exhalándote en la nuca. Deja que el cuello se contonee con su aliento.
Es hora de leer. El libro ya no puede esperar, ha empezado ya su cortejo. Se ha maquillado para ti, tanto que tiene la cara más colorida que nunca. Está desplegando todas sus armas. Deja al aire su olor corporal: una mezcolanza de papel, de tinta, de polvo y de todas las pieles que alguna vez rozaron sus páginas. Es tan potente el perfume, que ha empezado a hacer una brecha inmensa desde la pituitaria a la boca del estómago. Justo donde acabó colándose la fusa.
Tócalo y calma su urgencia. Agárralo y ábrelo. No repares en las letras, sólo pásale la mano por la espalda, hasta que encontréis una postura en la que estéis cómodos. Los dos. Escucha su cuerpo, se cerrará si pones el dedo en el lugar equivocado. Si lo tienes que doblar, dóblalo, no importan los hilos, sólo son vestidos. Lo que importa es lo que está dentro.
Cuando ya estéis los dos listos, espera y vuélvelo a oler, para que la brecha se haga más profunda y la fusa no se aburra. Ya comienzas a sudar por todas partes: la música ya la tienes en la columna y está bajando hasta la cadera, está lamiéndote cada una de tus vértebras. Como un gusano. Déjalo hacer y comienza a leer.
Un artículo, un sustantivo, un verbo y un adverbio se unen para abrirte una puerta, una que nunca habías visto y, sin embargo, ahí la tienes, de par en par, en la planta del pie, iluminada por tres puntos suspensivos que, en realidad, no son más que una invitación. Sabes que si cruzas la puerta no habrá vuelta atrás, así que te lo piensas y dices, “por mirar no va a pasar nada”. Te doblas como antes doblaste el libro, para hacerte más pequeña y cruzar la entrada a tus pies.
Siempre con el libro en la mano ¿Lo ves? Ya eres contorsionista.
Primero la cabeza y un brazo, necesario para apartarte el pelo de los ojos. Después el otro, con el libro, que te va marcando el camino. De repente un signo de interrogación te provoca y entonces te metes hasta la cintura. Lo único que tienes ya fuera de la planta del pie es el trasero, de modo que con cada embestida toda la sangre sube hacia arriba, tan arriba que se da de bruces con el juego cada vez más indómito del olor de tu libro y el aliento de la música.
Ya sabes que es materialmente imposible subir más, pero da igual. Todo lo que necesitas está ahí, aparece y desaparece en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo hay algo a lo que no te puedes resistir: quieres tocarlo, necesitas tocar lo que hay detrás del quicio de la puerta de tus pies. Quieres tocarlo y quieres comértelo. Alargas el brazo y más sangre para la cadera. Masticas, lames, tragas y vuelves a alargar el brazo y más sangre para la cadera. Te repites sin cesar “otra vez”, “otra vez”, “otra vez”…
La sangre, el aliento, el olor, todo se mezcla, formándose una bola gigante que rueda sin frenos hasta colocarse en medio de tu sexo. Intentas ignorarlo, piensas que es fruto de tanta contorsión, que pronto se irá… aunque, el dedo corazón de tu mano derecha sólo quiere acercarse a ella. Es el único consciente de que esa bola es sangre y aliento perfumado –en todo juego hay un vencedor-.
Te empeñas en ignorarlo, pero sigues comiendo y sigues… hasta que el dedo corazón se apodera de tu cuerpo y ya no puedes más. Ya no quieres comer más, hay demasiada sangre para tan poco cuerpo y tu dedo lo sabe. Lentamente, coges la llave de la puerta de tus pies y la guardas en el bolsillo. Cierra bien, para que sólo entre quien tú quieras.
Ya eres horizontal, pero el vientre te sigue pesando demasiado. Es él quien tiene urgencia esta vez. No pienses y deja que tu cuerpo haga el resto.