viernes, 2 de enero de 2009


En cinco segundos caí prisionera
En la comisura de tu boca
Y me torturaste durante horas.

Primero me llevaste al paraíso:
Tu piel, tu olor y tu sudor
Confirmaron mi Pecado Original,
Ese Divino pecado que me llevó a ti.

Dibujé tu cuerpo
En cada una de tus vísceras,
Mientras posabas para mí
En un estío sin hastío:
Sólo placer, arrojo y desvergüenza.

Más tarde te incorporaste,
Clavándome ese azul celeste en la nuca,
Esperando.
Tic, tac, tic, tac, tic...
Las manijas del reloj me atravesaban el cerebro.
Se movían descolocándolo todo,
Desordenando, abriendo huecos,
Partiéndolo en trozos de desamor
Sin tregua, sin rumbo, sin razón.

Tú continuabas impávida en tu silencio.
Yo me revolcaba en la cama,
Tiritando, gritando, azotando la pared,
Encogiéndome cada vez más.

Súbito, de nuevo al paraíso en un instante;
anillaste la cintura
Y me recliné sobre tus senos:
Tu boca en mi cabello.

Justo en ese momento, justo ahí,
Alzaste el puño victorioso y,
Tras un crujir de vértebras
Me arrancaste el estómago de cuajo,
En un abrir y cerrar, para siempre, de ojos.

fuimos entonces La Piedad
Más cierta y pura esculpida en la historia:
Tú sosteniendo, socarrona, mi cuerpo mientras
Mientra mi sangre se amontonaba en tu rodilla

No hay comentarios: