viernes, 8 de mayo de 2009

Deconstrucción constructiva

Podría inventar un personaje para esta historia, al fin y al cabo todas tienen uno. Pero hoy voy a ser honesta y contaré la mía, en primera persona, aunque como la de todos, está en el medio de sí misma y dentro de esta mitad hay un millón de principios, algunos estériles y otros fructíferos:
Cada mañana, al desperezarme, la garganta se me descose del cuello y las piernas se me descuelgan de la cintura. Pese a que se quedan deslindadas de mi cuerpo, me hablan, cada una en su propio idioma. La garganta me susurra que está exhausta de tanto trabajar en los sueños sobre los que levito todas las noches, y las piernas se encogen para supurar la tensión muscular de las caminatas a las que las someto en mis alucinaciones nocturnas.
Es entonces cuando las falanges se ponen al servicio de la vigilia, haciendo el amor con las teclas de un ordenador anciano, devolviéndome a la vida una vez por segundo, al compás del sonido de las letras. Es ahí cuando le cuento al mundo lo que me aterroriza y lo que me envalentona; pero sin piernas y sin garganta sólo me quedo en eso, en un cuento.
Después de ocho horas, las disidentes convencidas y confesas, se reincorporan a mi silueta. Apenas les da tiempo a bostezar.
Sin embargo, hace tres día mi historia dio un vuelco. Una tarde fui yo la cansada: bajé a la tienda, me compré un bote de pegamento en barra y esa misma noche me agujereé el cuello con un clic para sacarme la garganta y con un cúter, me descuajé las piernas. Al despertar me recompongo con el pegamento y así todos los días.
Ahora no recuerdo mis sueños, supongo que no merecen que los recuerde. Pero he recuperado todas(os) las(os) mañanas que había condenado al corredor de la muerte. No alucino pero puedo embellecer los oídos de mi amante con la voz. No tengo fantasías pero sigo con las falanges en las manos y puedo crearlas. No callo pero aprendo con todos los contra-argumentos que se incrustan en mis dedos.

No levito, es cierto… Pero vivo. A quién le importa el cielo.

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