Como
todos los emigrantes, Papá no quiere marcharse. Está sentado en la silla de
ruedas junto a Mamá. Ella con la boca apretada, mirando al frente, él con el
labio descolgado y la mirada perdida. Mamá le coge la mano y se aprieta
contra él como nunca había visto ¿Sospecharán algo? ¿Sabrán que está a punto de
venir un médico para decirnos que ya ha acabado de acabar todo? ¿Imaginarán
que por primera vez en sus vidas están obligados a rendirse? No lo sé, en
cualquier caso yo me rendí hace semanas.
Ángela S. Aragón |
Ahora
mismo creo que ElHombredelaSilladeruedas no es mi padre. Tiene su cuerpo, al menos se parece, pero
Papá es algo más que esa masa de carne deshinchada. Papá opina sobre cualquier
tema y, según él, tiene razón siempre porque “cuando yo digo algo es porque
llevo razón”. Papá es un señor que hace chistes sobre todo excepto cuando se le
lleva la contraria. Papá me pide que le peine cuando está nervioso. Papá lee
todo lo que encuentra. Papá se siente desubicado en este tiempo así que ve
películas y series de época, de la suya. Papá se escapa siempre que puede para
fumar. Papá me dice “chiquituza” mientras me atusa el pelo y busca a mis
hermanos para discutir sobre negocios. Papá me manda a por agua y habla con los
médicos cuando tardan demasiado. Papá siempre tiene hambre. Es imposible que
Papá esté con la boca abierta, con la mandíbula desparramada y callado. Eso no es
Papá, es un corazón y dos pulmones que late y respiran en su cuerpo, sólo eso:
dos pulmones y un corazón.
Mamá
se abraza él como nunca. Dos pulmones y un
corazón es suficiente para ella: Mamá sí lo reconoce, ella sí lo ve. Cuando se
acurruca con él, se amodorra con su pasado y arrulla el milagro químico: el
milagro de la mejoría inesperada, la noticia en el telediario, el espacio
optimista en el Programa de Ana Rosa, su futuro protegido a la sombra de su marido,
de su hermano. Mamá está pálida, aunque como siempre que está descompuesta,
tiene dos pequeños rosetones rojos en los pómulos que acentúan aún más su
palidez. Su descomposición es un instinto, no un pensamiento racional. No
quiere pensar que los dos pulmones y el corazón dejarán de insistir. Ha
decidido que esa posibilidad no existe o, mejor aún, que va adosarse al
HombredelaSilladeRuedas y va a dejar que las cosas pasen, sin que su voluntad
interfiera en nada distinto a la caricia y al cuidado.
Jamás
los vi acariciarse hasta ahora, quizá éste sea el recuerdo más cariñoso que me
quede de Papá y Mamá. Sí, no recuerdo otro momento más cariñoso que éste. Lo
registro para que no se me olvide, seguro que algún día tendré que recurrir a
esto, pienso, para recordar que Mamá sí quería a Papá, que detrás de todo, de
tanto insulto y tantos golpes encima de la mesa, había algo bello.
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