jueves, 22 de noviembre de 2012
Notas IV
Sentarte frente a la carne de tu padre: dos ojos secos y boca de morfina disparada por el émbolo de tus dedos. Las venas de tu padre no son venas, son pajitas de plástico deshilachado que se revientan sin que lo veas. Los ojos se obstinan en su sequedad pero cuentan historias que te recuerdan que no sabes quién es. Eso ahora no importa porque te has dado cuenta de que la verosimilitud de su cuerpo es sólo una concesión que de vez en cuando ofrece la vida a la esperanza. Por fuera carne blanca, blanda, suave, barbilampiña como él es, todo igual que siempre: pura, morosa discreción… morfina, plástico, aguja, dedos, pestañas, raíces, uñas, puntos negros… pero dentro todo está explotando, mezclándose, contaminándose a sí mismo, tiene los glóbulos verdes, en el hígado se acuña el azúcar, en el corazón esmalte y en la cabeza ululan burbujas de bilirrubina que esquivan los diques y las presas, inundándolo todo, hasta el abedecedario, que se vuelve amarillo incomprensible
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